Juggling: from antiquity to the middle ages

Juggling: from antiquity to the middle ages

Thim Wall / Editorial: Modern Vaudeville Press / Primera edición: marzo, 2019 / Idioma: inglés / Páginas: 129 | Precio: 25 USD

El libro, que se publicará próximamente en castellano y francés, pero que ya está disponible en inglés en Amazon en versión electrónica y de papel, es una lectura amena y bien ilustrada sobre los precedentes de los malabares antes de la llegada del circo moderno. En particular, contiene una recopilación exhaustiva y contrastada del arte de lanzar, coger y mantener en equilibrio desde la antigüedad hasta la aparición de Paul Cinquevalli (1859-1918), que el autor reconoce como el primer malabarista de una influencia y notoriedad internacional incuestionables en el que reconocemos el arquetipo del malabarista clásico moderno.

El autor se enfrenta a tres dificultades. La primera es la imposibilidad de acceder a todas las fuentes primarias de información, bien por cuestiones geográficas, bien por estar en lenguas arcaicas. Por estos motivos, se ve forzado a utilizar segundas o terceras fuentes. La segunda es la dificultad de contrastar la veracidad de las fuentes, lo que resuelve con profesionalidad, desenmascarando algunos mitos y ponderando cada afirmación. La tercera dificultad es la de decidir qué es un precedente del malabarismo. Esta es una cuestión de carácter filosófico en la que al autor le gusta recrearse. Como él mismo dice, el libro simplemente demuestra con numerosos ejemplos que la humanidad se ha dedicado a lazar, coger y mantener en equilibrio desde tiempo inmemorial (sin justificación biológica o evolutiva aparente) y algunos individuos alcanzaron una destreza tal, que justificaron que quedase constancia gráfica. No puedo evitar insinuar que la aparición de los primeros artistas podría ser el encumbramiento de jugadores tan excepcionales que trascendieron el mero entretenimiento personal.

El libro está lleno de referencias de todo el mundo, desde China hasta la antigua Roma, acompañadas de abundantes ilustraciones que hacen del libro una pequeña joya. No solo se mencionan las famosísimas pinturas en tumbas faraónicas del 2000 a. C. o los inevitables juglares medievales, sino, por ejemplo, los juegos malabares de las jóvenes indonesias que desde tiempo inmemorial se sientan y juegan con cinco piezas de frutas (haciendo el patrón que hoy en día se conoce como la ducha) para resaltar su virtud y belleza.

Entre las cosas que he aprendido, está el origen de la palabra malabar, que viene de la región de Malavaaram, en la India. Los colonos portugueses del siglo XVI adoptaron el nombre para describir algunos entretenimientos de los indios de esta región. La palabra después hizo fortuna también en países de habla hispana, mientras que en el resto del mundo se utilizan derivados del latín joculare que se puede traducir como bromear. El autor menciona que probablemente los juegos malabares estaban más desarrollados en Asia, de ahí el motivo de adoptar una palabra nueva.

Una de las cosas que más me han impactado del libro es la represión salvaje contra los malabaristas a la gorra (los juglares) a partir del siglo XIII en los países cristianos, con referencia incluida a una ley de Alfonso X el Sabio diferenciando los malabaristas de la corte (los trovadores, representantes de las bellas artes) de los de calle (representante del arte popular) que eran equiparados a mendigos o estafadores e incluso estuvieron sentenciados a muerte. Este trato provocó, por ejemplo, el truncamiento de la tradición malabarística rusa de los skomorokhi. Esta represión se justificaba porque los malabaristas callejeros distraían a los hombres de la virtud cristiana. Es curiosa esta necesidad de preservar el arte puro o virtuoso (en todas las artes) y que aún hoy se hace patente en la necesidad de distinguir el circo tradicional (que algunos llaman auténtico) del resto.

Por Oriol Raventós.

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