La Sala Versus Glòries de Barcelona presenta hasta el 2 de abril ‘Pazzo’, pieza teatral en la que Jordi Banacolocha y Adrian Grösser dan vida a dos payasos que malviven entre los escombros del que años atrás fue un renombrado circo.

Carta del autor (Félix Herzog)

“¿Qué queda cuando ya no queda nada? Si desde que tenemos memoria siempre hemos estado en crisis y la cosa ha ido a peor, ¿por qué todas las generaciones hablan de una anterior “época dorada“? ¿Y dónde está la nuestra? ¿Es que ¿ya ha pasado o está por venir?¿Es esto que vivimos ahora, quizás, nuestra época de esplendor?… ¿Dónde ha ido a parar la alegría? ¿Qué responsabilidad tengo yo en todo esto?¿De ti? ¿Qué obligación tengo yo hacia mi herencia? ¿Por qué si se supone que ahora “estamos mejor que nunca” yo tengo ese nudo constante en la garganta y ese dolor de espalda?”

Con estos pensamientos no muy alentadores empecé la escritura de la partitura de lo que sería ‘Pazzo’, una pequeña opereta verbal y apocalíptica para dos payasos en clave de miseria y notas de humor. Francesco y Darius viven entre los restos calcinados y dañados de lo que hace muchos años fue uno de los circos más grandes e importantes del país.

Francesco era el dueño del circo y junto con el padre de Darius, Tonino, una de sus mayores atracciones. Darius no conoce nada de aquella época, sólo lo que ha oído hablar de ella. Ahora el instinto le llama… pero Darius no está preparado para responder a esta llamada. ‘Pazzo’ habla del testimonio generacional justo en el momento en que cambia de mano, de la máscara que cae, la del individuo, pero también la social; habla de los lazos familiares impuestos genéticamente y de las obligaciones impuestas socialmente… de todo lo que se supone que debe hacernos ser quienes somos.

Sinopsis

Dàrius y Francesco, dos artistas de circo, malviven desde hace años junto a una carpa en medio del campo, lejos del pueblo. Ambos intentan encontrar la manera de mantener viva la llama de su oficio y del arte pero sin mucho éxito, hasta que un día Francesco decide volver a levantar un único pase de despedida, diez años después de que el último espectador abandonara la su carpa. La idea parece de locos hasta que, para asombro de ambos, alguien compra una entrada.

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