Había una vez un circo

Había una vez un circo

Entre los pinos que rodean el pantano del Cubillas han montado una tienda de campaña espectacular. Espectacular por fuera: mide casi treinta metros de largo y quince de altura. Y espectacular por dentro: equilibristas, trapecistas, malabaristas, payasos… Es la carpa de la ACA, Asociación de Circo de Andalucía, siglas bajo las que se cobijan desde el año 2009 los profesionales andaluces que se dedican a las artes circenses. Y esta carpa entre los pinos tiene vocación de convertirse muy pronto en una residencia-escuela de circo. La han levantado los socios granadinos de la ACA en un paraje que puede parecer inapropiado. Pero no; es la envidia del resto de los asociados andaluces.

«Esto es un paraíso para el circo: mucho sitio, naturaleza, aire libre, buen tiempo y un pantano en el que puedes darte un chapuzón cuando apriete la calor», encadena Miguel Moreno las excelencias del terreno. Conocido en el mundillo circense como ‘Bolo‘ («Cuando me llaman Miguel o es la policía o es hacienda», bromea), es el presidente de ACA y el fundador e integrante de la compañía granadina Vaivén Circo, con la que montan espectáculos de circo contemporáneo. «Mira, mira, esto es lo que hacemos», muestra en la ‘tablet’ un vídeo de su última obra, ‘Do Not Disturb’, en el que hacen piruetas con una gran rueda desmontable.

Precisamente otro de los cuatro miembros de Vaivén, Emilio, tiene mucho que ver en que el Cubillas albergue la gran carpa de circo: su familia es la propietaria del terreno y no ha puesto la menor pega en cederlo a la ACA por diez años. «¡Si además mi madre se ha hecho socia!», remarca Emilio.

El cortijo familiar que estaba semiderruido luce ahora adecentado gracias a las manos de los socios de ACA que voluntariamente se apuntan a diario al trabajo. No ha sido tarea fácil porque la zona también había llamado la atención de los promotores de otro ‘espectáculo’: periódicamente se han organizado fiestas ‘rave’ donde multitud de jóvenes se apuntaban a bailar sin mirar el reloj animados por la música a todo volumen, el alcohol y otros ingredientes más o menos legales.

«Nos costó hacerles entender que esto era un terreno privado y que no podían estar aquí», recuerda ‘Bolo’ los avatares con los ‘raveros’. No han vuelto, pero les dejaron una herencia en forma de montaña de botellas y otros desperdicios. «Fíjate que no sabíamos que había sótano hasta que sacamos toda la basura y pudimos ver la entrada…», describe el desolador panorama.

Caravanas del Circo del Arte

El cortijo ya está más o menos habitable, la cocina hace su función y en otras dependencias hay sitio para reuniones y para que pueda dormir cualquier visita que no venga con su propia caravana. Caso excepcional este último porque caravana y circo van muy unidas, y de hecho pueden verse unas cuantas en el recinto. «Hacemos circo contemporáneo, pero hundimos las raíces en el tradicional», explica ‘Bolo’ mientras señala a su caravana, de larga historia circense. Perteneció a Arturo Castilla, mítico propietario del Circo Price. Luego pasó a manos de Emilio Aragón ‘Milikito’, que la donó, junto con todo lo demás, al Ayuntamiento de Granada para que montara la infraestructura del Circo del Arte. Cuando el proyecto hizo aguas, el consistorio optó por subastar todo el material. «Me encapriché con ella y pujé con 1.000 euros, quería estar seguro de que fuera para mí», justifica ‘Bolo’ el dispendio.

Las otras cuatro caravanas del Circo del Arte también están ahora en el campamento del Cubillas, pero ninguno de sus actuales propietarios pagó más de 300 euros por cada una de ellas. Ahora flanquean el camino que va desde la entrada hasta el centro del recinto. Hay sitio para muchas más, porque la idea es que cualquier socio pueda instalar su caravana, bien durante su visita o también permanentemente. «Para los que vivimos el circo la caravana es nuestro hogar», sentencia ‘El Bolo’.

Formación imprescindible

Si algo tienen muy claro en el circo contemporáneo es que la formación es imprescindible para crecer como artista. Lejos quedan ya aquellos tiempos en los que el número pasaba de padres a hijos en carpas familiares itinerantes. Por eso la ACA tiene una clara vocación de formación con su circo en el Cubillas. «En Granada no podemos quejarnos porque hay varias iniciativas, pero en general la carencia es grande», asegura ‘Bolo’. Tanto él como su compañía viajan habitualmente a Toulouse, la meca del circo moderno y cuna del circo de autor, para aprender y mejorar. «Yo subía cuatro metros y medio cuando me lanzaban estos, y después de una clase con un especialista llegamos a seis metros», ilustra Chema, un menudo acróbata y estudiante de INEF que se harta de ir por los aires con los de Vaivén Circo. «Es que en esta profesión si pesas menos de 60 kilos ya sabes que te toca volar». Todos ríen su ocurrencia, entre ellos Darío, el benjamín de la ‘troupe’, que a sus 19 años tiene una hoja de servicios circense de casi una década, incluido un Camino de Santiago montado en monociclo. «Desde pequeñito me gustaban los malabares y las acrobacias, es lo mío, es vocacional. Me lo paso en grande», se emociona.

Mientras el sol se pone tras la carpa, ellos continúan su tertulia en la mesa. Ya vislumbran el campamento lleno de vida y la carpa lista para que comience el espectáculo. Queda mucho trabajo por delante y la tarea se antoja titánica. Pero lo lograrán. Ellos pertenecen al circo y el ‘¡Más difícil todavía!’ siempre será su lema.

Artículo publicado en el diario Ideal. Edición de Granada. Link al artículo
Autor: Javier Díez Forcada

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