[ENTREVISTA] Pepe Viyuela: “Tragedia y comedia van juntos, el teatro se ha empeñado en separarlos”

[ENTREVISTA] Pepe Viyuela: “Tragedia y comedia van juntos, el teatro se ha empeñado en separarlos”

Pepe Viyuela es un hombre pegado a una silla, también es Chema de la serie Aída o uno de los humoristas de No te rías que es peor. Este año ha dado vida en un documental al histórico payaso Marcelino Orbes y ha sido el autor del Manifiesto del Día del Circo encargado por la Asociación de Profesionales, Artistas y Creadores de Madrid MADPAC —ver manifiesto completo en página 38—. El actor-payaso-humorista que estudió Filosofía y luego arte dramático, llegó al circo casi sin querer. Sin proceder de ninguna saga circense, se mudó con su familia de La Rioja a Madrid cuando tenía dos años. Un día vino a su instituto una compañía a representar La Odisea y se dijo: “Esto es lo mío”.

Payaso, actor, poeta político. ¿Cómo  prefieres que te llame?

Como quieras. Creo que sobre todo soy un payaso [ríe].

Parece que el payaso como insulto vuelve a estar de moda entre la clase política, ¿no has pensado en hacerte llamar clown?

¡Pues no! [vuelve a reír] de hecho yo no me llamaría a mí mismo clown, aunque parezca más glamuroso. A veces, cuando me llaman para dar un curso de clown digo que no sé qué es eso, un curso de payaso sí.

¿Por qué el payaso está tan denostado?

El payaso representa al ser humano que falla, al ser humano que se equivoca. Un hombre o una mujer torpe, marginal que viste ropa prestada grande o pequeña, que lleva máscara, que tiene su propio lenguaje. El payaso es un ser fuera del orden establecido y eso para mí es muy bonito. La palabra clown barniza todo eso, lo edulcora. El payaso es un ser trágico. 

Entonces, ¿la tragedia y la comedia se tocan?

Los  payasos están siempre liados, de un sitio para otro, con maletas a cuestas. Hay una imagen del refugiado en el payaso, un hombre que habla otro idioma, que no es de ningún sitio y nosotros nos reímos de esto.

Eso es un poco cruel, ¿no?

No. Si nos tomáramos la vida muy en serio estaríamos amargados todo el día. El humor es un remedio contra la adversidad, es una forma de mantenerse a flote cuando las cosas van mal, en los momentos más terribles puede surgir la risa y eso no es ser frívolo. La risa en los momentos complicados es una salida, una manera de tomar aire. En la vida la tragedia y la comedia van unidas, es el teatro el que se ha empeñado en separarlos.

¿El payaso las une?

Hace unos años fui a un curso de payaso y el primer día el profesor nos dijo ‘Bienvenidos a la fiesta del fracaso’ porque el payaso cuando fracasa da la vuelta a la realidad y convierte la desgracia, la tragedia en motivo de risa. Esto tiene un efecto terapéutico.

La risa como medicina

El payaso es una especie de chamán, de brujo, porque te hace verte a ti mismo en esa circunstancia. Te ríes de él pero de alguna manera estás empatizando. Cuando vemos un payaso  todos estamos pensando ‘eso me ha pasado a mí. Yo también me he equivocado, yo también he hecho el ridículo, yo también he tropezado, yo también me he equivocado con una palabra…’. El payaso  enseña la cara que intentamos ocultar todos los días. A través del payaso las ventanas se abren y de pronto el público, las personas que están viendo el payaso son tontos como él y lo saben. Esa certeza les permite revisar todos juntos los errores en una catarsis conjunta. Un remedio contra el drama.

Hablando de remedios y de la risa como paliativo, formas parte desde hace más de veinte años de Payasos sin Fronteras. ¿Cómo ha sido tu experiencia?

Me interesa el circo social porque tiene una función de transformación política. Llegué a PSF por casualidad. Yo había oído hablar de Médicos sin fronteras, pero nunca había oído hablar de Payasos Sin Fronteras. Me costaba entender el choque de conceptos. En pocas palabras: ¿qué podía hacer un payaso en la guerra? imaginaba que podía resultar incluso ofensivo para la gente que estaba viviendo una situación complicada que llegará una troupe de circo o de payasos y se pusiera hacer cosas cuando ellos estaban viviendo una realidad tan dura. Mi primera experiencia fue cuando acababa de terminar la guerra de la antigua Yugoslavia. Tenía la necesidad de comprobar que aquello era cierto, que podía funcionar, que los payasos allí podíamos ayudar en algo. Y sucedió. Me impactó ver el efecto que tenía lo que hacíamos con tan poco, cómo de pronto se producía en la comunidad a la que llegábamos una revolución positiva. La gente nos recibía, nos aplaudía, se reía y aquello que hacíamos con los niños repercutía en sus familias que veían felices a sus hijos. Ponerse una nariz y tropezarse era un acto revolucionario.

El problema es que estos impactos son muy difíciles de evaluar cuantitativamente por las administraciones y en momentos de crisis la cultura queda en un segundo plano.

Es más fácil cuantificar el impacto de organizaciones que llevan medicinas o comida, lo que hacemos nosotros es intangible. Sin embargo, creo que no hay que competir, solo unir esfuerzos. Yo  me di cuenta de que pertenecía vocacionalmente a Payasos Sin Fronteras y ya llevo 25 años. Es mi sitio; si fuera médico estaría en otras organizaciones y si fuera abogado en otra, pero yo soy payaso.

Has tenido una carrera dilatada combinando escenarios, carpas y televisión pero nunca has trabajado fuera de nuestras fronteras. Sin embargo la mayoría de compañías de circo de nuestro país tienen más bolos fuera de España que dentro. ¿El circo no interesa al público o a las administraciones?

Creo que el circo tiene un gran público potencial que todavía no lo conoce, pero que si lo hiciera se enamoraría. El problema es que nos falta red así como más espacios de exhibición. En Madrid tenemos el Circo Price, pero falta más programación. No solo hay que subvencionar más y mejor la cultura y el circo, sino crear espacios de encuentro y de formación, escuelas superiores de circo para que la gente no se vaya. Igualmente, yo no soy pesimista en absoluto con respecto al futuro del circo. Todo lo contrario, cuando la gente conoce el circo quiere volver. Tengo amigos que me han dicho “pensaba que el circo era para niños, que no me emocionaría tanto”. Arrastramos un imaginario de brillantina, del circo como algo cutre, un lugar maloliente y no es así. Hubo un momento en que el circo se tuvo que reinventar y perdió su esencia, en lugar de payasos salían muñecos de peluche de la tele y cosas así. No vamos a echarle la culpa a nadie, no debía ser fácil mantener el circo como un negocio a flote durante la crisis. Ahora bien, yo creo que cuando el circo se encuentra otra vez consigo mismo, con su presencia, con lo que ha sido siempre, funciona y fascina.

El circo es cercanía, contacto, fisicidad en tu manifiesto para el Día Mundial del Circo hablabas de regresar a las plazas, a las calles, a las carpas… ¿Cómo volveremos a la cultura en vivo después de la crisis de la Covid-19?

Yo no soy experto, ni epidemiólogo, pero  afortunadamente creo que esto va a ir remitiendo y que vamos a tener la necesidad de volver a encontrarnos. Somos seres sociales, todo esto del teletrabajo, esta entrevista por Skype… son remedios,  son parches que ponemos pero yo estoy seguro de que estaríamos mucho más a gusto sentados uno frente al otro tomándonos un café y charlando. La cultura siempre busca el contacto, las pantallas ahora nos están ayudando pero son una ficción. Uno puede hacer música en su casa, en el estudio grabarlo y mezclar, pero esa sensación de cercanía, de contacto, de estar respirando juntos en un concierto, eso es la cultura. Igual que el teatro o el circo.

En la última frase del Manifiesto dices “¡Sigamos respirando circo!”

La frase era una alusión directa a esta pandemia que afecta a la respiración, pero también la necesidad que tenemos de sentir el pulso de los otros. Yo creo que vamos a salir, estamos deseando que se abran los teatros, las bibliotecas, los cines, los parques, los lugares donde poder encontrarnos, porque somos seres sociales y no buscamos la soledad.

Uno de tus proyectos que se han quedado en stand by por culpa de la pandemia, es el estreno de la película de Marcelino Orbes, en el Festival de cine de Málaga, un payaso del que se sabe muy poco pero que fue una gran estrella. ¿Cómo fue la experiencia?

Fue un auténtico placer hacerlo. Me enteré de la existencia de Marcelino hace ya unos cuantos años, cuando Mariano García, qué es un periodista del Heraldo Aragón, me descubrió al personaje a través de una pequeña investigación que había hecho. Mariano había encontrado recortes de periódico y algunas noticias de la época en la que trabajaba a principios del siglo XX. Marcelino me llamó mucho la atención y guardé algunos recortes. Al cabo de unos años Mariano publicó un libro sobre Marcelino, que cayó en manos de Germán Roda, que es documentalista y director de cine. Germán me llamó y me dijo “tengo este proyecto y lo quiero hacer contigo”. Le dije que conocía el personaje, que había leído el libro y que sí. Me parecía muy bonito que alguien se hubiera dedicado a recuperar y a sacar del olvido a un payaso tan importante que había desaparecido de nuestra memoria. Cuando te dan la oportunidad de ponerte al servicio de un proyecto así y de imaginar cómo serían los números que se hacían en los años veinte, por ejemplo, no puedes negarte. El documental está hecho con pocos medios pero es precioso, y al final mi obligación como payaso es dar la oportunidad de dar a conocer a los que nos han precedido, de meterte en ese mundo.

Es gracias a Programas com No té rías que es peor que Pepe Viyuela entra en todas las casas. Luego seguirán Aída, Mortadelo y Filemón y un largo etcétera. Gracias a la televisión y al cine te conviertes en un personaje popular, ¿cómo se lidia con la fama?

Al principio me costó, la gente me señalaba por la calle, me paraba para hablar. Empecé a usar gorras, gafas e incluso dejé de ir en transporte público. Luego me di cuenta que los artistas no podemos encerrarnos. Hay que estar cerca de la gente, que el postureo, el glamour solamente nos alejan y se nos hace un flaco favor si nos quieren convertir en estrellas. Creo que tenemos que ser más polvo que estrellas. Ser conocido te permite que tu voz se escuche, que sea más fácil encontrar proyectos. Tener un voz y que se oiga es una responsabilidad.

Foto: Manel Sala ‘Ulls’

(Artículo publicado en el número 65 de la revista Zirkólika). 
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