Iggy Pop y Charlie Rivel se encuentran en un campo lleno de vacas y de pitas. Acordeón distorsionado y zapatos de talón con chándal sustituyen a la nariz roja y a la típica fanfarria. La irreverencia del clown se hace fuerte entre el sonido de los cencerros, el taconeo de los zuecos de madera y el sonido de una lluvia tan fina que ni se ve, pero tan persistente al rato que te deja emppado: ye orbayu, que dirían los asturianos, chirimiri los navarros o chiribiri los vascos. Una lluvia que te contagia un estado de ánimo y una sensibilidad que te empapa de recuerdos y que huele a parajes por explorar.

 

Han descrito YeORBAYU como circo rural trash, sucio y honesto, un circo donde se combina la magia de los payasos —unos clowns tristes y punkies—, con la virtuosidad de las acrobacias (andar sobre botellas parece un deporte de riesgo) y una banda sonora de distorsiones y copla española. Un espectáculo que, sin pretensiones, como la lluvia, cala en nuestro espíritu y llena de recuerdos nuestra memoria.