Kerry Raluy y Jean-Christophe: Pasión en las alturas

Kerry Raluy y Jean-Christophe: Pasión en las alturas

El amor y la pasión se expresan de muchas maneras. Unos lo hacen hacia adentro, otros lo hacen hacia afuera, y unos pocos de cara al público. A veces es solo una actuación y así se percibe, otras está tan bien interpretado que parece auténtico, y en una minoría de casos es tan real delante de los focos como fuera de ellos. Este es el caso de Kerry Raluy y Jean-Christophe, que transmiten en su número de cintas su verdadera historia.

Todo empezó en el 2004, cuando el acróbata francés Jean-Christophe llegó al Raluy con su número de petit volant Le triplés y conoció a Kerry Raluy. Él se enamoró a primera vista, y a ella el amor le llegó en “unas semanas y con una intensidad que nunca había sentido”. Esta intensidad empujó a Kerry a querer preparar un número aéreo con su trapecista, aunque ella nunca había alzado el vuelo en la pista y se había centrado en el monociclo y el antipodismo. Así, después de tener a sus dos hijos (Benicio Salvador y Charmelle Désirée) y sin tener ninguna base en técnicas aéreas, en un año y medio de ensayos de entre cuatro y cinco horas diarias se presentaron con un número de telas que exhibieron durante unos cuatro años. Después decidieron cambiar de número y, hace dos años, se decantaron por las cintas. ¿La razón? Forman parte de la familia Raluy y es habitual presentar números nuevos. Además, según explica Kerry, las telas “son más vistosas porque se mueven en el aire y son parte del espectáculo, mientras que las cintas son más puras y te tienes que mostrar más tú porque casi ni se ven. Destacamos mucho más nosotros y no tanto la volatilidad de las telas".

Se encienden los focos de la pista del Circ Raluy y aparecen los dos artistas de la compañía teñidos de rojo por la luz de los focos. Empieza a sonar la música, y con ella se inicia el número y una pasión poética que no baja de intensidad hasta el final. Los amantes se acercan y se alejan continuamente durante el número de cintas aéreas, que hace dos años que exhiben y en el que todos los elementos están perfectamente integrados. Vuelan, se separan y se reencuentran durante un pequeño episodio de la historia de amor de sus vidas que empieza con un baile que se eleva y se funde en un abrazo. De él surgen innumerables figuras y equilibrios en las alturas que cautivan al espectador, transportado por la música armónica de un hipnótico acordeón.

La gracia y la delicadeza con la cual se mueven los dos artistas hacen olvidar la dificultad y fuerza que requieren las figuras, que más que sucederse en una secuencia interrumpida se convierten en un baile continuo, como los pasos de un tango apasionado a la vez que pausado. No quieren dejar de estar en contacto y, cuando lo hacen, se buscan con anhelo con la mirada, que solo se desvía de los ojos del otro cuando no hay más remedio. Parece que solo existiesen ellos dos, tanto para el público como para ellos mismos, que se levantan cogidos de las manos en un equilibrio vertical que quiere culminar con un beso imposible que no se llega a producir. Rezuman complicidad que no desaparece de sus rostros durante todo el número, con una expresión sincera más del uno hacia el otro que de cara al público.

La música se vuelve más intensa cuando también lo hace el número, ejecutando un ejercicio que pocos realizan actualmente: Kerry le coloca a Jean-Christophe una pieza de cuero en la boca, con la que él aguantará todo su peso cuando se eleven. Kerry gira y se retuerce en el aire mientras él aguanta todo su peso, con una fuerza que apenas  es apreciada por el público, absorto en las gráciles figuras y la música. En este instante, se añade una poderosa voz femenina totalmente coordinada con el número que aporta potencia al mágico baile, que vuelve al suelo mientras el público aplaude y las largas mangas del vestido negro y rojo de Kerry acarician el aire.

Como pasa en las buenas historias de amor, en las que a veces es uno quien dirige y a veces es el otro, ahora cambian los roles y es ella quien le aguanta a él, que gira y se enrosca en el aire poniendo su seguridad solo en manos de su pareja y su fuerza. El público vuelve a aplaudir ante la belleza y el riesgo de las figuras, sin ni siquiera imaginar que los artistas han tenido que descartar algunas temporalmente por una lesión en el hombro de Kerry. Si siente dolor nadie lo diría, ya que la delicadeza y la gracilidad en ningún momento desaparecen.

Abandonan las alturas para volver al suelo para elevarse por última vez fundidos en un abrazo, que cae rápidamente del cielo bajo una lluvia de pétalos rojos que rodean a los dos amantes mientras las luces y la música empiezan a desvanecerse. La reacción del público pasa del silencio absorto a un chillido de sorpresa con la caída y la explosión de los pétalos, para dar paso a unos aplausos que siguen incluso cuando se apagan los focos. La pista ennegrece y se queda vacía con la salida de los artistas, que acaban el número pero no la historia de amor que este refleja, la cual empezó mucho antes del espectáculo y seguirá mucho después de este.

La perfecta integración de todos los elementos del número tampoco es casualidad, y la base fue la música, una interpretación de Céline Dion de la tradicional melodía napolitana Ammore Annascunnuto, que inspiró a la pareja desde el momento en que la escucharon por primera vez. La música les inspiraba “dramatismo y colores negros y rojos”, y así Kerry diseñó y confeccionó el vestuario ella misma, como también lo hizo con el anterior número de telas, en el que predominaba el blanco en un halo “angelical”. “El otro número era mucho más romántico, y este refleja una historia de riesgo y pasión”, destaca la artista, que considera que consiguen transmitir esta sensación al público. Sin embargo, los espectadores no son los únicos que perciben la pasión que hay bajo los focos, sino que lo mismo les pasa a los protagonistas. Kerry explica que “entrar en la pista es como entrar en una película, en una historia en la que interpretamos a unos personajes que ya somos en la vida real”. “Entramos muy concentrados —añade— y muy serios, pero una vez en la pista surge la química y la pasión".

La coreografía, los trucos y el vestuario no son lo único que han creado los dos artistas. Kerry no solo ideó el final de los pétalos, sino también el aparato que los libera. Ella lo diseñó y él lo confeccionó, igual que las cintas y otros elementos de seguridad, ya que “en bricolaje es muy bueno”. “Nos complementamos muy bien”, presume. Para no desaprovechar esta creatividad, anuncia que probablemente seguirán con el número de cintas el año 2016 y ya preparan una nueva creación aérea con nuevos ejercicios y sorpresas. Los artistas lo tienen todo pensado, incluso un “número juntos para el futuro, no tan físico”, como quien plantea una jubilación. Mientras, sus hijos, Benicio, de ocho años y Charmelle de siete, ya se preparan y ensayan para garantizar el relevo generacional del linaje Raluy. Tradiciones que no mueren ni tienen que  morir.

Artículo publicado en el número 47 de la revista de circo Zirkólika (invierno 2015). Puedes suscribirte a la revista aquí.

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